26 de novembre del 2012

La banalización de la programación cultural


Sobre la cultura y el entretenimiento
Podemos convenir que las prácticas culturales deben ser “entretenidas” aunque la cultura no se limite a entretener.
El filósofo holandés Johan Huizinga (1872-1945) en su magistral obra Homo Ludens (1938) dedicada al estudio del juego como fenómeno cultural considera que el juego está en el origen del desarrollo de la cultura. Dice textualmente en la introducción que "no se trata, para mí, del lugar que al juego le corresponda entre las demás manifestaciones de la cultura, sino en qué grado la cultura misma ofrece un carácter de juego."

El juego como “entretenimiento autotélico” [1] es la práctica más importante para el desarrollo del ser humano en su etapa inicial. En la vida adulta el entretenimiento puede ser concebido de tres maneras:
  • Como “pasatiempo”: cuando el tiempo pesa o se percibe como vacío las prácticas de entretenimiento lo transforman en más corto o amable.
  • Como “diversión” o esparcimiento: el desarrollo de la dimensión lúdica del ser humano, una de las tres funciones del ocio según Dumazedier[2].
  • Como “evasión”: como alejamiento o sustracción temporal de la presión o ansiedad de la realidad cotidiana.

La cultura es una práctica de ocio autotélica que aporta, además de diversión, otros valores. Se dice que la cultura tiene un valor intrínseco en el desarrollo personal y comunitario (su función simbólica y de reflexión compartida sobre la realidad) además de valores extrínsecos como su capacidad de motorizar el desarrollo económico en sociedades avanzadas.

La renuncia a la dimensión cultural del tiempo libre
El tiempo libre es el contexto de las prácticas culturales. Pero la dimensión cultural cada vez está menos presente en las prácticas de tiempo libre que, en nuestra sociedad tecnológica, cada vez son más banales, triviales, insustanciales, basadas en la búsqueda del placer momentáneo conseguido sin esfuerzo.
La banalidad como nuevo valor de contexto lleva a la renuncia de la cultura como práctica privilegiada de tiempo libre. Los gobernantes actuales, instalados en la mayoría absoluta, aprovechan la ocasión para desactivar a los que fomentan el pensamiento heterodoxo y la reflexión crítica sobre nuestra realidad social porque, como han expresado repetidamente, desprecian a los creadores y a las organizaciones culturales.
Si el Estado hace marcha atrás como proveedor de servicios culturales y las organizaciones culturales que producen y ofrecen bienes culturales de interés público no pueden ocupar el nicho de oferta que se genera porque tienen notables dificultades financieras, el mercado está a disposición de aquellas industrias del ocio que ofrecen contenidos masivos a bajo coste y sin aportación de valor, que han operado con discreción y en paralelo a las políticas de democratización cultural y que ahora salen del armario.

El riesgo de banalización sutil de la programación cultural
Incluso nosotros mismos, los promotores y gestores culturales, podemos fomentar inconscientemente la banalización de los contenidos culturales de nuestras programaciones.
Es obvio que, si somos gestores culturales en el sector público, cada vez tenemos más presión para conseguir audiencias y ofrecer programaciones low cost. Si analizamos los contenidos de nuestras programaciones culturales seguramente constataremos que la capacidad de captación de audiencias en muchos casos ha predominado sobre el valor formativo o de desarrollo personal. El servicio que prestamos es público por la titularidad del proveedor pero no por sus contenidos. Los ajustes económicos han aumentado el riesgo de banalización de contenidos programados porque en su selección pesa más el criterio económico que los nutrientes que aportan.

La banalización aleja a los públicos culturales
Hay una tendencia a la banalización de los valores dominantes en nuestra sociedad y un desprecio de los gobernantes hacia la cultura. Los propios gestores culturales, sometidos a altas presiones por la audiencia y los recortes presupuestarios, colaboramos a la banalización involuntaria de contenidos para salvar formalmente las programaciones estables.
La banalización de la programación cultural puede provocar un desencuentro con los públicos de la cultura. Si en las experiencias culturales no hay fuerza ni emotividad reducen su valor subjetivo y, por tanto, desactivan la demanda. La oferta permanente y mayoritaria de programaciones banales generará públicos banales, consumidores de placer momentáneo y trivial para que ocupe un momento en sus vidas.

¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, ser conscientes de la tendencia y de su gravedad.
En segundo lugar, si en el ejercicio de nuestras responsabilidades profesionales debemos tomar decisiones sobre contenidos, no caer en la trampa de que es más importante el mantenimiento de la oferta y los hábitos de consumo que la calidad de los contenidos.
En la práctica cultural y artística, además, siempre debemos apostar por la calidad, el compromiso y empoderamiento de los públicos. La oferta cultural debe ser divertida y autotélica, pero también debe aportar valores y nutrientes que ayuden al desarrollo personal y comunitario.

Jaume Colomer




[1] Telos, en griego, significa finalidad. Una práctica autotélica tiene valor en sí misma, no por sus utilidades derivadas.
[2] El sociólogo Jofre Dumazedier, en su reconocida obra “Hacia una civilización del ocio (Barcelona, Estela, 1968), apunta que las finalidades del ocio son el descanso, la diversión y el desarrollo de la formación y la participación social.

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